El atleta argentino que estuvo en Chernobyl
Luciano Pared recorrió las instalaciones de la central nuclear soviética. ‘Fue una experiencia única. No podés creer lo que estás viendo. Y todo el tiempo te están controlando para que no saques fotos’.
Por: masaireweb.com
Mediante la serie Chernobyl, la historia de la tragedia nuclear ocurrida hace pocos años en la ex Unión Soviética revivió y hoy es tema de conversación. Pero un atleta argentino pudo recorrer las instalaciones del reactor nuclear que explotó, viviendo una experiencia única.
Luciano Pared suele estar en el pelotón de adelante en las diferentes carreras, tanto en trail como en calle. De perfil bajo, tiene una estrecha relación con la ex URSS: su esposa, Dasha Fedchenko, es oriunda de Kiev.
Al igual que Luciano, Dasha es una gran triatleta, que suele subirse al podio en diferentes competencias. En un viaje al pueblo de los Fedchenko, a Luciano se le ocurrió viajar a Chernobyl, atraído por su historia. El padre de Dasha se negó a acompañarlo. “Vos estás loco, todos nosotros nos queremos alejar y vos queres ir”, fue el diálogo entre los hombres.
Aun así, Pared quiso ir. “Fue una experiencia excitante, tenía mucha incertidumbre, porque no sabía con qué me iba a encontrar”, rememora en diálogo con el portal www.masaireweb.com.ar .Contrató un guía, pero que sólo hablaba algo de inglés, por lo que apenas le pudo entender la palabra “danger” (peligro).Al llegar a las inmediaciones, el ejército ruso realiza un control al visitante y advierte sobre la radiación a la que uno va a estar expuesto (varía según el día).
Estando ahí, el paisaje es diferente al que muchos imaginan.
Si bien se ve un lugar desolado, la vegetación crece por todos lados, así como también el libre tránsito de zorros y demás animales. No hay hombres que los cacen y la comida, expuesta a radiación, crece en tamaños enormes.
Rumbo a Chernobyl, en la localidad de Pripiat se ven algunas casas habitadas. Son veteranos que se negaron a dejar sus propiedades, y muchos han contraído algún tipo de cáncer.
El recorrido sigue, pasando por el Gran Radar, un inmenso detector de cuanta actividad realizara Estados Unidos. “Era imponente”, acota.
Los niveles de radiación comienzan a aumentar a medida que se acercan a los cuartos de control y a la planta nuclear. “Uno no sabe que el peligro está, no se siente, pero es real al ver el contador Geiger, que marca la radiación”, cuenta Luciano, al que le recomendaban en todo momento “usar ropa de manga larga”, con el fin de que su piel no estuviera expuesta.
El ruido del medidor de radiación lo aturde, pero estar en la puerta de lo que fue un jardín de infantes lo impacta más. Un muñeco olvidado y ya cubierto de polvo y plantas a metros del lugar recuerda cómo todos huyeron sin importar nada.